viernes, 12 de julio de 2013

Rutas de verano

Arrancar la moto y empezar a escuchar ese sonido que para ti significa libertad, la verdadera libertad con la que te escabulles de todo lo que te rodea el resto de tu vida y que al empezar a quemar gasolina se rompe, un paréntesis de paz te aísla de repente de todo y de todos, subes a tu máquina y la música empieza a sonar, es una melodía rockera que no permite a nada ni a nadie romper tu éxtasis.

Es verano y el calor aprieta, pero el aire que recorre tu cuerpo lo calma y todo es mejor, mejor que hace 10 minutos, cuando la hipoteca, los recibos y los señores del traje negro no dejaban de gritar a tu alrededor. No llevas destino, porque ese es el mejor viaje, no es como en un coche, donde el destino es el fin del viaje, aquí, sobre las dos ruedas, el viaje en si es el fin, y no importa tanto el destino.


Al final de la carretera aparece un oasis en medio del desierto, algo brilla en medio de la nada, es agua, mucha agua, un lago que se abre camino entre la arena cálida y absorbente. Es obligatorio detenerse, la parada se convierte en uno de los sacramentos del viaje, porque ahora si el calor es fuerte, y un baño se presenta como salvador del momento.


Es precioso ver como atardece, con tu moto al fondo, junto a ti, tirado en la hierba tras un refrescante baño, descansando del mundo junto al agua que acaba de recorrer tu cuerpo sin vergüenza, como una novia de toda la vida. El sol cae, la noche protege a ahora a los jinetes del asfalto y es hora ya de seguir el camino hacia ninguna parte.