domingo, 26 de marzo de 2017

Rocinantes de combustión por el país del Quijote

A las puertas de una primavera que no termina de entrar, la moto empieza a pedir marcha, nuestras amigas de dos ruedas, nuestras fieles compañeras, empiezan a querer resoplar por esas carreteras que nos rodean. El tiempo nunca fue obstáculo para disfrutar de la moto, no, pero ahora, con los primeros rayos de sol que nos trae el calor de unas estaciones más propicias, parece que todo apetece mucho más. 

Y digo que queremos disfrutar de las carreteras que nos rodean porque, aunque de vez en cuando podamos alejarnos un poco más, solo unos pocos privilegiados pueden alejarse lo suficiente de su zona como para recorrer carreteras que no le son familiares cada fin de semana. Las pequeñas rutas, las de nuestra región o comarca, son las que mejor nos identifican como moteros, al gallego las curvas, al asturiano las montañas, al gaditano la playa y el viento... Pero a los manchegos nos toca recorrer casi ya de memoria unas carreteras en mitad de una llanura que no siempre es perpetua. 

Salir un día de casa y empezar a tratar de descubrir nuevas carreteras comarcales que ninguna o muy pocas veces has recorrido o, en el peor de los casos, que hace demasiado que no pasan bajo tus gomas, es uno de los retos a que nos enfrentamos. Pero La Mancha no es aburrida, ni mucho menos, y todo consiste en tratar de redescubrirla cada vez que la recorres. Carreteras estrechas a veces, demasiado, por las que caminan paisanos despreocupados como si de una calle peatonal se tratase, vías flanqueadas por tractores que desde los campos trabajan las tierras que dan unos de los mejores vinos del mundo y el aceite de oliva, oro líquido, que corona nuestra cocina mediterránea. Carreteras que te conducen a pueblos pequeños, en exceso a veces, pueblos que unas veces aparecen planos cual hoja de papel en los que solo una torre de una vieja iglesia sobresale, otras veces son pueblos esparcidos en altiplanos con coloridas fachadas entre las que destaca el blanco y añil, pueblos que, de repente, se distribuyen alrededor de un cerro sembrado de molinos de viento, pueblos en los que un castillo reina alzándose como una gigantesca mole de piedra marrón o roja, rodeado de pequeñas casas que me recuerdan a las del monopoli. 

Y los campos entre pueblo y pueblo, campos marrones, áridos y secos, plagados de vides, cerros enfundados por olivares, vetustas olivas arrugadas que nos saludan con la V de Barry Sheene formada por sus ramas. Pero también campos verdes, vegas, prados y sembrados que nos sorprenden con su fluorescente verdor a veces. Y el agua, el agua de las lagunas, ríos, charcones y humedales en general que tienen en las lagunas de Ruidera a su máximo exponente. La Mancha variada y sorprenderte que siempre nos ofrece rutas diversas e interesantes.